Publicado en el Tiempo el 23 de febrero de 2014
Francisco Cajiao, experto en educación.
Periódicamente aparecen resultados de evaluaciones nacionales e internacionales que remueven por un tiempo las columnas de los periódicos y las emisiones de radio y televisión, haciéndonos caer en la cuenta de nuestro rezago con respecto al nivel educativo de otros países. Sin embargo, no siempre se profundiza en el contenido real de lo que significa educar y educarse. Por eso resulta útil hacer un par de reflexiones que permitan comprender el sentido de la educación para una sociedad.
Un pueblo educado es aquel que cada día se distancia más de la condición salvaje en que predominan los impulsos primarios de la agresión y la violencia como mecanismos para sobrevivir. Las hordas de cazadores de las épocas prehistóricas tenían que conseguir el alimento compitiendo brutalmente entre ellos. Más adelante la posesión de un espacio geográfico para asentarse llevó a las guerras territoriales que han acompañado a la humanidad a lo largo de milenios. Pero el poder de destrucción que mostró su terrible capacidad de muerte con la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki comenzó a cambiar la conciencia de los pueblos, hasta la creación de la Organización de las Naciones Unidas y la búsqueda de otros modos de resolver los conflictos.
El arribo de nuevos modelos de civilización ha puesto toda la esperanza de progreso en la educación, porque es el único modo de transmitir formas de vida, hábitos de convivencia y valores humanos.
Pero también porque el ideal de sociedad democrático de la modernidad apunta a organizar sociedades basadas en la igualdad de oportunidades para el desarrollo de los individuos y sus comunidades. Es imposible en el mundo contemporáneo generar riqueza y resolver los grandes problemas de la expansión demográfica, la salud, la alimentación, el transporte o la producción de bienes y servicios sin un alto nivel educativo que permita aprovechar el talento de los ciudadanos.
Una vez que se ha pasado por la educación básica se requieren nuevas habilidades para desempeñar la multitud de funciones que aseguran el buen gobierno, la administración de justicia, el aprovechamiento de los recursos naturales, la consolidación de la industria y la relación con los demás pueblos del mundo en una economía cada vez más globalizada.
Para ello es necesario contar con una educación superior capaz de formar a los cientos de miles de jóvenes que tendrán que incorporarse al mundo del trabajo. Por eso también se hace imperioso desarrollar en los empresarios y directores de las grandes organizaciones públicas y privadas la conciencia de que cada una de estas organizaciones también constituye un centro de educación.
Todos los adultos sabemos que los más valiosos aprendizajes se han producido a partir de la experiencia laboral. Muchos podemos decir que los más significativos maestros han sido nuestros jefes, bien sea por lo que nos aportaron o por lo que mostraron que nunca debe hacerse. El lugar de trabajo es una poderosísima escuela de responsabilidad, compromiso con el cumplimiento de objetivos, disciplina… pero también de ciencia, tecnología y creatividad. Los países más desarrollados han entendido esto y han logrado establecer relaciones muy estrechas entre sus grandes empresas y las universidades, con lo que han enriquecido mutuamente sus conocimientos y sus esfuerzos.
Este rápido recorrido por las diversas caras de la educación, que además incluye la inmensa influencia de los medios de comunicación, muestra que el precepto constitucional que establece que la educación es responsabilidad de la familia, el Estado y la sociedad no es una fórmula retórica. Todos somos responsables directos de la educación de otros. Colombia tiene un enorme atraso en este campo, entre otras cosas porque no ha habido ningún Gobierno que sea capaz de poner la educación como la primera necesidad de la ciudadanía.
En el contexto esperanzador de un posible acuerdo para terminar el enfrentamiento armado que nos acompaña hace medio siglo, y al comienzo de una campaña presidencial la educación cobra una importancia mayor, pues seguramente no hay ninguna otra herramienta social tan poderosa para iniciar la construcción de una paz duradera.
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